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Prólogo

 

[¡Nuevas noticias! Las amigables fuerzas del Conde Sandré se han retirado a salvo de los suburbios del norte.]

 

[¡El Conde Sulame y sus fuerzas han completado su retirada de los suburbios del sur! Actualmente están descansando.]

 

[Incluso la unidad del Conde Sven tiene que regresar de su incursión en el oeste— posiblemente retrasados por las tormentas climáticas.]

 

[El manejo de suplementos en la Estación Central está mejorando.]

 

[Las vías del tren y otras infraestructuras entre la capital real y este están en reparaciones. La frecuencia de los envíos se espera decaer.]

 

La residencia Algren en la capital real era un desorden con reportes. Aunque era luego de media noche, los caballeros y mensajeros llevando noticias aún fluyen dentro del consejo. Y mientras estábamos rastreando los movimientos de las tropas en una mesa en el centro del cuarto, usando piezas de cristales y un mapa de la ciudad, mi gente estaba luchando por seguir el paso con el gran volumen de información. ¡¿Qué harían sin mí— Greck Algren?!

 

[Grant debe agradecerme. Heme aquí, reteniendo la ciudad mientras, allá en el este, a él le cuesta tomar el Gran Árbol de una panda de animales.] Protesté, descansando en el trono que había tomado de las ruinas del palacio real. Para los caballeros recién llegados, dije. [Gracias por sus reportes. Pero han cometido un error— nuestra retirada de las ciudades aisladas no es una “retirada.”]

 

Eso pareció asombrar a todos en el cuarto.

 

¡Imbéciles! ¡¿Cómo pueden fracasar en ver algo tan simple?!

 

[Este es un redespliegue estratégico.] Continué con dignidad, cuidadoso de no mostrar mi enojo. [Continuaremos nuestro avance tan pronto nuestros problemas de suplementos sean arreglados. Miren los hechos; no hemos perdido ni un solo soldado. ¿No es así?]

 

Un coro de tardías adulaciones llenó el cuarto.

 

[Cierto, Su Alteza.]

 

[Su Alteza ve claramente en la raíz del asunto.]

 

[¡Qué grande es el panorama de Su Alteza! ¡No es sorpresa que lograra la primera derrota de la guarnición del palacio!]

 

Crucé mis piernas y disfruto la lluvia de halagos. Por el momento, solo me quedó con “Su Alteza, Lord Algren,” pero estaba destinado para más. No tenía señales de mi hermano mayor, el Duque Grant Algren. Aunque, yo soy le hombre que había tomado la capital real. Cuando la guerra se terminé, mi gloria marcial seguramente ameritara un nuevo ducado— quizás incluso el primer gran ducado del continente en siglos.

 

Más de un mes había pasado ya desde que habíamos lanzado la Gran Causa— nuestra rebelión contra la Casa Real de Wainwright, la cual había pasado varios años planeando quitarle a la aristocracia sus sagrados derechos bajo la excusa de la “meritocracia.” El Gran Árbol de la capital este aún nos desafiaba, y había fracasado en capturar a la familia real debido a la fiera resistencia de sus caballeros y guardaespaldas. A pesar de esos menores contratiempos, la guerra como un todo había salido muy de acuerdo al plan.

 

Me paré y revisé el mapa. [Raymond, ¿qué hay de los dos marqueses del este?] Pregunté. [Si se alían con nosotros, podemos resolver nuestros problemas de suplementos de un solo golpe y dejar de preocuparnos con los desconfiables rieles.]

 

Un tipo rubio— mi mano derecha, el Conde Raymond Despenser— se paró al frente de su discreto lugar a mi lado y agitó su cabeza. [Me temo que no hemos hecho progreso con ellos.] Él dijo, señalando a un lugar en el mapa entre las capitales real y este. [He enviado mensajeros casi a diario, pero el Marques Gardner y Crom continúan a la espera de sus respuestas. Al unirme en las negociaciones, sin embargo, obtuve sus ruegos para seguir provisionando a la capital real. De acuerdo a los reportes que he recibido, el primer envío ya ha partido de sus tierras.]

 

[¿Sí? ¡Bien hecho!] Grité, tomando a Raymond de su hombro derecho.

 

 

El plan original nos pedía girar inmediatamente luego de capturar la capital real y marcar ya sea al norte con los Howard o al sur con los Leinster mientras que uno estuviera ocupado con el Imperio Yustinian y los otros con la Alianza de Principados. Habíamos esperado tomarlos por sorpresa mientras estuvieran divididos y distraídos, aunque nuestros trenes de suplementos de la capital se había retrasado— debido en parte a las maliciosas maquinaciones de los sabotajes enemigos. Y por culpa de las noticias falsas esparcidas por los imprudentes Torettos, las mayores casas de mercantes en la ciudad habían probado ser poco cooperativas. Como resultado, nuestras líneas de suplementos se habían vuelto poco confiables, dejándome sin más elección que desplegar a las tropas que había enviado en los asentamientos de las capitales norte, sur y oeste. Había dejado vigías para asegurarme que no necesitábamos temer el ser tomados con la guardia baja, incluso en el improbable evento que los Howards o Leinsters intentaran un contraataque. Aun así, no había sido una dichosa decisión.

 

[Su Alteza me honra.] Raymond dijo, inclinándose. [Aunque los más poderosos mercantes nos negaron su ayuda, muchas firmas más pequeñas han ofrecido sus servicios. Y el anterior Conde Rupert ahora está ocupado en reclutar más, junto con el hombre que designé para organizar sus esfuerzos, el Conde Fosse. Una vez el apoyo de los marqueses sea añadido, no deberíamos escuchar más quejas de las personas de la capital.]

 

[Excelente.] Dije. Los habitantes de la ciudad no se resistieron abiertamente, pero tampoco estaban felicidades de la vida con nosotros. Los pobretones fueron incapaces de apreciar nuestro patriótico y santo espíritu. Aunque vendrían a nosotros— una vez los favoreciéramos con comida y el oro que se generara.

 

Girándome hacia Raymond, continué. [Tan pronto nuestras líneas de suplementos estén en orden—]

 

Antes que pudiera terminar de describir mi intención de reocupar las ciudades aledañas, un barbado caballero entró al salón. Debía haber estado lloviendo, porque el armado hombre estaba empapado, y sus manos y pies estaban cubiertos en lodo.

 

[¡Perdóneme, Su Alteza!] Grité. [¡Traigo noticias urgentes!]

 

[Contrólate, Vizconde.] Dije, viendo al recién llegado con frío desdén compartido por cada noble y caballero presente. [Creo que te ordené transportar las armas a los suburbios oeste.]

 

Este hombre, de nombre Zad Belgique, era un vasallo de Algren conocido por todo el este del reino como un asesino de monstruos. Su fama, sin embargo, había perecido en los primeros días de la Gran Causa.

Durante nuestra conquista de la ciudad, le había asignado eliminar a los rezagados huyendo al sur, aunque él y sus hombres se habían desgraciado al caer en las manos del enemigo. ¿Y quién lo había capturado? [Recuerdo atacar a las maids de los Leinster y Howard.] Había clamado. [Pero nada más.] ¡Ridículo! Al menos pudo haberme dicho una mentira más convincente. Solo la oposición del viejo gran caballero Haag Harclay, quien había liderado a nuestra elite Orden Violeta de regreso a la capital este, me había detenido de disciplinar a Belgique. Parecía que mi tolerancia había sido la equivocada.

 

El vizconde soportó mi mirada. Me preguntaba por qué estaba tan pálido mientras caminaba al centro del salón.

 

[¡La Casa Ducal de Lebufera está en marcha!] Grité, aplastando sus puños en el lado oeste del mapa de la ciudad. [¡Me temo que los suburbios oeste ya han caído!]

 

Por un momento, pasmado silencio llenó el salón. La Casa de Lebufera tenía uno de los Cuatro Grandes Ducados y gobernaba sus provincias occidentales. Por doscientos siglos, había acabado con los demonios— archienemigos de la raza humana— a través del camino acuático más largo del continente, el Río de Sangre. Si los Lebufera entrar a la guerra, trayendo al resto de la aristocracia occidental y personas no humanas con ellos, las armadas del Señor Oscuro pueden aprovechar la oportunidad para continuar su marcha.

 

Compartí una mirada con Raymond, luego se hecho a reír. [¡Ha!] Me burlé. [¡¿Has perdido la cabeza, Belgique?!]

 

[Vizconde.] Raymondo dijo. [¿Ha venido a sembrar el caos? ¿Traiciona la generosidad que Su Alteza le mostró luego de su miserable cagada? Si es así…] Él tomó el mango de la daga que tenía en su cinturón, y mi guardia de caballeros igualmente se prepararon para el combate.

 

[¡Estupideces!] Belgique rogó, observando y agitando su cabeza. [¡Señor, juro que digo la verdad! ¡Entre la conducción del viento y lluvia, mis hombres y yo vimos wyverns cubriendo los cielos arriba de la ciudad! ¡Un destello de luz reveló a un gigante, derribando un campanario de un golpe! ¡Enanos salen de los agujeros en las murallas! ¡Y ondeando desde arriba del parapeto, una grande y viejo estandarte decorado con una estrella! ¡El Conde Sven y sus fuerzas están perdidas!]

 

[¿Y capturaste este espectáculo en un orbe de vídeo?]

 

[B-Bueno…] El barbado vizconde apretó sus puños y bajó su mirada. [No, señor. Nos retiramos de inmediato sin perder tiempo.]

 

Suspiré y le señalé a mis guardias. [Suficiente. Debiste haber alucinado, recordando tu tiempo en cautiverio. Te relevo de tu deber. Espera en la capital con tus hombres. No le digas a nadie lo que me has dicho. Si dices una palabra… no encontrarás clemencia una tercera vez.]

 

[¡Señor! Por favor, yo—]

 

[¡Llévenselo!]

 

Cuando Belgique vio a mis guardias acercarse, se sacudió y partió, murmurando. [¿Qué ocurre?]

 

Buena jugada. Mi armada no tiene lugar para esos que socaban su disciplina.

 

[Caballeros, no dejen que rumores sin base los agite.] Dije, pasando mi mirada por el salón. [El oeste no hará nada. Solo enfrentamos a los Howards en el norte y los Leinster en el sur. Una vez el Conde Sven y nuestros restantes oficiales regresen, convocaré un consejo de guerra. La victoria está dentro de nuestras manos, y necesitamos resolver nuestras dificultades en suplementos para lograrlo. ¡Greck Algren espera mucho de su valor marcial!]

 

[¡Larga vida a Su Alteza, Lord Greck Algren, el más grande general de la época!] Mis oficiales ovacionaron.

 

La moral es alta. ¡Con tales motivadas tropas, nuestra victoria está asegurada!

 

Inflándome con satisfacción, miré fuera de la ventana. Pesadas nubes obscurecían el cielo oeste, sugiriendo que la tormenta estaba empezando. Un retraso en el regreso de nuestra unidad oeste parecía inevitable.

 

✽✽✽✽✽

 

[Es inútil. A menos que algo cambie, las personas de la capital morirán de hambre.] Gruñí, enfrentando la pila de papeles apilados en mi masivo escritorio en un cuarto de la mansión Algren. Era de noche, la armada había abandonado las ciudades cercanas, y no tenía a mis compañeros mercantes para apoyarme— todo estaban durmiendo, cansados por las mmmbrutales y incesantes semanas de trabajo.

 

Le di otro vistazo a los papeles. La capital real no producía más que agua. Sin envíos de suplementos, inevitablemente sería—

 

Un grupo de hombres entró sin tocar. Todos menos dos usaban túnicas grises con capucha.

 

[Trabajando tarde, ya veo, Ernest.] Uno dijo. [Lo apreciamos.]

 

Levanté la mirada. [Mi lord.]

 

El hombre que había hablado era el Conde Raymond Despenser— el que me había forzado este trabajo. Y aunque estaba acostumbrado a verlo en uniforme, esta noche, tenía una blanca túnica de hechicero con un cordón carmesí.

 

A su lado se paraba un gordo hombre de edad media vestido como un caballero, en un verde oscuro, con una espada colgando de su cintura— el anterior Conde Rupert. Este desgraciado hombre persistentemente había ofrecido invertir en los negocios de mi familia, la Compañía Fosse.

 

[Parece que la estás pasando mal.] Dijo, riendo. [Pero no por mucho más— hay luz al final del túnel.]

 

[¡¿Te refieres a que liberarás a mi hija, Felicia?!] Demandé, dándome vuelta y llenando el aire con papeles en los cuales había calculado la desesperada escases de todo en la capital real.

 

Al principio, había asumido que esta rebelión no tenía nada que ver conmigo. Las raíces de mi casa estaban en el oeste, y dudaba que la Casa Ducal de Lebufera y sus vasallos se unirían a la lucha. Aunque, la armada rebelde parecía destinada a fracasar. Ningún mercante apoya un caballo acabado, así que mi primer movimiento había sido sacar a mi esposa y trabajadores de la ciudad. Luego me dispondría a encontrar a mi tarada hija Felicia, quien había dejado la Academia Real sin mi permiso y huido de casa. Pero esperándome en Allen&Co, me había encontrado al Conde Despenser, Rupert y una banda de siniestros personajes en túnicas grises.

Pero antes que pudiera decir nada, el conde anunció. [Tu hija está en mis haberes, Mr Fosse. Apreciaría su cooperación. La armada rebelde pronto luchara con suplirse a sí misma, y no podemos esperar ayuda de las grandes casas mercantes. Sin embargo, necesitamos tiempo— los rebeldes deben resistir hasta que nuestro trabajo esté hecho. Ve lo que hacen, y en el nombre de la Santa y el Espíritu Santo, juro regresarte a tu hija sana y salva.]

 

No sabía si Felicia realmente era su prisionera. Debía haber estado mintiendo. Pero ¿qué si no lo estaba? No podía rehusarme. Desde entonces, me había unido a otros mercantes asistiendo a la armada rebelde— la que sus internas opiniones pudieran ser— y los oficiales de logística sirviendo a la Casa Ducal de Algren y sus vasallos en la escases de suplementos.

 

[Sí.] El Conde Despenser confirmó, con una sonrisa en sus labios. [Nuestro trabajo está por terminarse.]

 

[¡Hemos ganado todo lo que necesitábamos!] Rupert añadió.

 

[E-Entonces—]

 

[Sinceramente aprecio sus esfuerzos, Ernest.] El conde ignoró mi pregunta y se sentó en una silla cercana. Entonces cruzó sus piernas y me miró. [La mayoría de mercantes pequeños serán perdonados luego que la rebelión se termine. Pero no usted, me temo. Su nombre está en demasiados documentos como para escapar del castigo.]

 

[¡¿Q-Qué?! Yo… solo les ayude porque me amenazaron con—]

 

Me lancé al conde, solo para ser detenido por una espada en mi garganta. Rupert había retirado su espada más rápido de lo que mis ojos podían seguirlo. Un momento después, oí su cadena de oro en su cuelo sonar.

 

[¡Maravilloso!] Dijo el conde, aplaudiendo. [La reputación de Rupert con la esgrima es bien merecida. No es sorpresa que sus ancestros fueran vasallos respetados de los Lebufera antes de la Guerra del Señor Oscuro. Pero por favor, envaine su espada.]

 

Rupert río. [Los Lebuferas son buenos para la destrucción. Caren de fe en el Espíritu Santo y han pasado dos siglos metiéndose en las cosas de mi casa.] Sus ojos se destellaron con un lunático brillo mientras, con un practico movimiento, regresó su espada a su vaina. Me tiré al suelo en decepción.

[Tengo noticias para ti.] El conde dijo, sonriendo. [No lo tengo claro, pero los Lebuferas se han unido a la guerra, y la información sugiere que los suburbios oeste han caído. Los Howards y Leinsters probablemente están por cerrar la distancia de la ciudad también. El Marques Crom y Gardner, mientras, ya se han rendido con la causa perdida.]

 

Liberé un silencioso gritó, asombrado— como cualquier occidental lo estaría. Los Lebuferas habían estado pasivos desde la Guerra del Señor Osucro. ¡Y las otras casas ducales ya estaban a un paso de la entrada!

 

El conde tomó un trozo de madera del cuello de su túnica y lo apretó. [Ella, a quien sirvo, ha previsto esta eventualidad.] Él dijo con una mirada de éctasis. [Con su ayuda, hemos logrado remover la mayoría de objetos esenciales que deseaba del archivo del palacio de los libros prohibidos, el segundo tesoro sellado, el Gran Árbol de la Academia Real, y el cementerio debajo del mismo, y hemos transportado una porción de ellos a los que están en la capital este. Gracias. Tienes mi gratitud.] Él se inclinó, luego Ruperto y los tipos de gris lo siguieron.

 

El conde y sus lacayos habían estado saqueando todo tipo de cosas de toda la ciudad. La mayoría habían sido artículos muy protegidos cuyos usos no podía ni imaginar. Los únicos que llegue a ver bien fueron un par de pequeñas cajas arropadas en talismanes que habían enviado a la capital este por Griffin. Habían sido etiquetadas “monstruo, el Océano Apestoso: fragmento de corazón” y “Gran Árbol, capital real: el más antiguo capullo.”

 

[¡E-Entonces deja a ir a mi hija!] Me esforcé por gritar, aunque estaba temblando del miedo. [¡Lo ruego! Por favor… ¡Por favor, por favor, libera a Felicia!]

 

[En cuanto a tu hija, tienes mi solemne palabra.] El conde respondió. [Pero debo pedirte que nos acompañes— a la República de Lalannoy.]

 

[¡¿L-Lalannoy?!] Repetí, incapaz de creer lo que oí. La republica quedaba en el noroeste del reino, a lo largo del lago de sal más grande del continente, el Océano de los Cuatro Héroes.

 

El conde se paró. Un trueno retumbó. Su túnica se alzó. [Mr Ernest Fosse, lo hará.]

 

[¿P-Por qué?] Me atreví a preguntar.

 

[No es parte de su círculo cercano, pero él no podrá hacerse de la vista gorda con su predicamento. En verdad, es el hombre que necesito. Muy bien, hasta que nos reunamos otra vez en Lalannoy. Debo cuidar del señorito por unos días más.]

 

[Q-Qué carajos tú— ¡A-Alto!] Sin advertencia, un círculo mágico gris apareció en el suelo, y empecé a hundirme en él. Luché con todo lo que tenía, pero seguía cayendo. Mientras estaba mi cuello en la oscuridad, vi a Rupert y los tipos de túnicas grises postrarse en una rodilla e inclinarse al conde.

 

[Apóstol Ibush-nur, ¿qué sigue?] El hombre de verde preguntó.

 

[Lo que sea que Su Santidad desee. Si todo va bien, nuestro trabajo causará la caída de la Dama de la Espada y arrojará al reino en un caos. Si la fe del Joven Apóstol Lev se mantiene fuerte, incluso el Gran Árbol de la capital este puede ser nuestro.]

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