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Prólogo

El Dragón Negro de Worgan

 

En las Montañas Worgan, en las tierras del Conde Kerbeck, un dragón había aparecido.

 

El reporte agitó no solo a los habitantes de las tierras del Conde Kerbeck, sino a todo el Reino de Ridill, metiéndole miedo a todos.

 

Los dragones traían desastres. Atacaban a las personas y ganado, ocasionalmente incluso arrasan con ciudades enteras. Los dragones negros, en particular, causaban calamidades que eran materia de leyendas— tal criatura había aparecido solo dos veces en la historia de Ridill.

 

Las llamas del dragón negro eran llamas del mismísimo bajo mundo, capaz de quemarlo casi todo. Incluso si un grupo de magos del reino fuera a juntarse y levantar una barrera defensiva, esas llamas quemarían la barrera y al mago por igual. Cual sea que el dragón que apareciera, se decía, la tierra se quemaría a cenizas. Cada vez que uno aparecía en el pasado, varias ciudades habían sido borradas del mapa, poniendo al reino de rodillas.

 

[Lady Isabelle, esta mansión ya no es segura. Evacuemos a la casa de la duquesa.]

 

Isabelle Norton, hijo del Conde Kerbeck, agitó su cabeza a la sugerencia de la maid Agatha, una severa en rostro decía “No”. [No importa lo que pase, no debo dejar este lugar.]

 

Isabelle recientemente había cumplido 15 años. Su porte e inquebrantable mirada, sin embargo, tenía el orgullo y dignidad de su casa noble, la cual había protegido esas tierras de los dragones por generaciones.

 

Las incursiones de dragones eran las peores en los confines del reino, y su familia— la Casa Kerbeck— se habían opuesto a esas criaturas por varios años. La historia de la Casa Kerbeck era una historia de luchas contra dragones.

 

En años pasados, Isabelle había atestiguado varios desastres hechos por sus alas. Había experimentado tragedias de primera mano. Los súbditos adoradores de su familia habían visto sus cultivos destruirse y sus edificios demolerse. Algunas veces perdían su ganado o incluso su gente. Lo vio todo, una y otra vez.

[Los caballeros están peleando en el frente de línea y Padre los está liderando personalmente. Como su hija, no puedo abandonar a mi propia gente para huir. Sería deshonroso.] Isabelle declaró sin más, una leve sonrisa triste cubría sus hermosos rasgos mientras miraba a la maid. [Agatha, gracias por todos tus años de servicio. Te doy de baja.]

 

[¡No! No, mi lady… La acompañaré hasta el amargo final.]

 

La familia de Isabelle no era la única luchando en las incursiones de dragones. Cada persona que vivía en esas tierras luchaba justo al lado de los Kerbecks. Ya que esta chica en servicio es aún joven, era bastante valiente. Isabelle le agradeció a su maid, cerca de llorar por la determinación que escuchó en su voz.

 

Si el dragón fuera a penetrar a los caballeros, las tierras de la Casa Kerbeck serían reducidas a cenizas humeantes. Pero aun así, Isabelle planeaba mantenerse en la mansión y defenderla hasta su último aliento.

 

En ausencia de su padre, la protección de su casa recaía en ella. [¡Lady Isabelle! ¡Chico, necesitas escuchar esto!]

 

El hermano menor de Agatha, un rígido joven llamado Alan, abrió la puerta sin tocar y entró al cuarto.

 

Mientras Isabelle y Agatha se prepararon para lo peor, Alan, con mejillas rojas, dijo. [¡Un mago de la Capital Real ha asesinado al dragón negro!]

 

Isabelle no podía creer lo que estaba escuchando.

 

Era consciente que los Caballeros Dragón de la capital, una unidad de expertos asesinos de dragones, había viajado aquí como refuerzos. También sabía que un solo mago los había acompañado— uno de los Siete Sabios, los magos más poderosos de Ridill.

 

Su nombre era…

 

[¡Es la Bruja Silenciosa!] Alan exclamó, incapaz de contener su emoción. [¡Dicen que la Bruja Silenciosa ha asesinado al dragón negro por cuenta propia!]

 

Su hermana mayor, Agatha, frunció el ceño y lo reprendió. [Alan, estás exagerando. Ningún mago, no importa qué tan poderoso sea, puede derrotar a un dragón negro solo.]

 

[¡Pero es cierto! ¡La Bruja Silenciosa se fue sin los Caballeros Dragón a las Montañas Worgan y asesinó al dragón sola!]

 

Las escamas de un dragón eran extremadamente duras, y bastante resistentes al maná. Se dice que repelen la magia normal con facilidad. Para derrotar a un dragón, uno necesitaba ya sea apuntar a lugar donde sus escamas eran más delgadas en medio de su frente o por sus ojos. Viendo como los dragones pueden volar, esta tarea era mucho más fácil decirlo que hacerlo.

 

Isabelle había oído que incluso para los Caballeros Dragón— tan habilidosos y experimentados como eran— matar a un dragón estaba lejos de ser fácil.

 

Y ella, Isabelle pensó, ¿lo hizo sola? Incapaz de creer en este repentino giro de eventos, Isabelle le preguntó a Alan. [¿Cuántas bajas…?]

 

[¡Ni uno, mi lady!]

 

Las personas que Isabelle amaba mucho— hasta la última de ellas— había evitado una catástrofe histórica y sobrevivieron. Si no fue un milagro, ¿qué?

 

Isabelle liberó un grito de alivio, superada por la emoción. Justo entonces, Agatha jadeó, levantando su cabeza y viendo fuera de la ventana.

 

[Un momento, mi lady. Eso es—]

 

Isabelle siguió la mirada de Agatha y avistó algo negro en el cielo. Al principio, pensó que era una parvada, pero rápidamente se hizo más grande.

 

Cuando su silueta entro al foco, Isabelle prácticamente oyó la sangre drenarse de todo su cuerpo. Abrió las ventanas y salió por el balcón. Ignorando los ruegos de Agatha para detenerse, ella tomó la barda, se recostó, y miró al cielo.

 

[Es… es una horda de pterodragones…]

 

Los Pterodragones estaban al fondo de la jerarquía dragónica, con poca inteligencia y sin habilidad de sacar fuego. Su movilidad y filosas garras, sin embargo, los hacían una significante amenaza para los humanos.

 

Los dragones de este tipo generalmente no formaban rebaños una vez llegaban a cierto tamaño, sino cuando un dragón más enorme y de alto rango estaba presente cerca, tendían a reunirse y amenazar a su líder.

 

La horda que podía ver en el cielo probablemente vino a unirse al dragón negro en las Montañas Worgan. Y ahora que se había ido, su coherencia se había disuelto, y habían sacado sus colmillos, molestos con esos que habían asesinado a su líder.

 

Isabelle, aun recostada sobre la baranda, empezó a contar a los Pterodragones con su dedo. Una vez contó veinte, dio un paso atrás de la baranda y se detuvo.

 

Los puntos débiles de un dragón estaban en medio de su frente y sus ojos. Así, para eliminar a un Pterodragón, uno primero necesitaba tirarlo al suelo. Luego dispararle una cuerda de un arco muy largo, entonces haría que el ganado arrastrara la cuerda— y el dragón atrapado— por el suelo con el fin de acertar el golpe final. Explicado así, era un asunto simple— pero eliminar incluso uno requería muchas ganas. A menudo había bajas.

 

Una horda de más de veinte pterodragones era un sin precedente incluso en la larga historia de las incursiones de dragones en la Casa Kerbeck.

 

Sus atascados y sordos gritos se hacían más fuertes mientras el grupo continuaba llenando los cenicientos cielos.

 

[¡Por favor, entre de nuevo, mi lady!]

 

Mientras Agatha tomaba la mano de Isabelle, ellas sintieron un fuerte viendo pasar por sus cuerpos. Había provenido de un pterodragón que estaba acercándose a la mansión. Isabelle sostuvo rápido la baranda del balcón, para no salir volando.

 

Lo había visto— que el gran ojo del dragón giró para verla. Ella liberó un leve gemido de desesperación.

 

Y entonces una puerta se abrió en el cielo.

 

Una puerta de luz blanca se había formado en el firmamento— más grande que las puertas del castillo, incluso más grande que los pterodragones. Varios círculos de magia brillantes habían aparecido alrededor. Las puertas de la entrada se abrieron en silencio, sacando un rápido viento desde el interior. Ese viento llevaba consigo brillantes partículas blancas que resplandecían de la misma manera como la puerta.

 

Era una vista del Heraldo de Primavera, el Brillante Viento Blanco— ambos nombrados por Sheffield, el Rey de los Espíritus del Viento. Invocar a un rey espiritual era una técnica de magia avanzada; solo unos cuantos en el reino podían lograrlo.

 

Siguiendo el comando del lanzador, el suspiro del rey espiritual se transformó en filosas lanzas que perforaron las nubes e impactaron a los pterodragones entre los ojos.

 

Los dragones no tuvieron tiempo para gemir mientras eran golpeados. Murieron sin siquiera entender lo que había pasado. Uno a uno, caían desde el cielo.

 

[Esto es… Ellos…]

 

El gigante cuerpo de un pterodragón era en sí una amenaza, ya que podía aplastar a cualquier persona o edificio debajo. Sin embargo, una vez las lanzas habían perforado sus frentes, esos pterodragones fueron envueltos en un viento brillante. Llevados al suelo y apilados uno sobre otro como hojas caídas.

 

El hechizo fue silencioso y preciso. Y parándose frente a los pterodragones restantes estaba la pequeña figura del mago quien lo había lanzado.

 

Tenía una túnica bordada con oro y una capucha que cubría sus ojos, tomando un báculo que era más alto de lo que ella era. En sus pies estaba un gato negro, probablemente un familiar, acariciándose en el bordillo de la túnica.

  

En el Reino de Ridill, el largo del báculo de un mago indicaba su rango. Solo a siete se les permitía llevar un báculo más largo de lo que ellos eran— los Siete Sabios. La pequeña figura quien había derrotado a los pterodragones se posicionaba justo en la cima de la jerarquía de magos de Ridill.

 

Ella era una de los Siete Sabios: la Bruja Silenciosa.

 

[Oh, wow…]

 

Toda la magia que Isabelle conocía consistía en lanzar algo directamente a un objetivo, ya sea llamas o viento. Era algo maravilloso, pero nada más que eso.

 

Nunca antes había visto un hechizo con sutil y hermoso como ese… lanzas disparadas tan precisas impactaron en las frentes de los pterodraones a medio vuelo antes de gentilmente y sin sonidos caer al suelo.

 

Isabelle se mantuvo en el balcón, sus mejillas rojas carmesí, y continuaba viendo el milagro que su salvador había producido.

 

Mientras, un hombre estaba observando la misma escena desde la lejanía.

 

Sus ojos azules reflejaban la figura de un mago quien había lanzando el silencioso y hermoso hechizo.

 

Suspiró en admiración y murmuró para sí. [Finalmente lo he encontrado… algo que me emocione.]

 

Su voz era cálida, como si se hubiera enamorado.


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